Viernes, 26 Diciembre 2025
Memoria histórica sobre el uso político del patriotismo

Del Beagle a las Malvinas: memoria, fútbol y decisiones de Estado

Crónica y reflexión sobre cómo el triunfo futbolístico de 1978, la crisis del Beagle y la decisión militar sobre las Malvinas confluyeron en un proceso que terminó en guerra y marcó el fin de la Junta.
Plaza de Mayo con banderas y militares durante la época de 1978
Plaza de Mayo con banderas y militares durante la época de 1978

Cómo la euforia deportiva y la política exterior se entrelazaron en la Argentina de fines de los 70

El vínculo entre el Mundial de Fútbol de 1978, la crisis del Canal de Beagle y la Guerra de Malvinas muestra cómo gestos de unidad nacional pueden ser aprovechados por gobiernos para construir consenso político. En la Argentina de entonces, la victoria futbolística y los episodios de tensión con Chile y luego con el Reino Unido se alimentaron mutuamente: las consignas populares, el relato oficial y el deseo de una «causa común» sirvieron de coartada para decisiones que terminaron en conflicto.


En 1978, la celebración por el triunfo de la selección —con cánticos, banderas y escenas que permanecen en la memoria colectiva— coincidió con un contexto de represión interna y violaciones de derechos humanos por parte del gobierno militar. Ese contraste —alegría pública por un triunfo deportivo y negación o invisibilización de las acciones del Estado contra opositores— es un punto de lectura obligado para entender cómo la legitimidad social puede ser momentáneamente reconstruida en torno a símbolos como la selección nacional.

El episodio del Canal de Beagle a fines de los 70 es un ejemplo de cómo una escalada podía evitarse: la mediación papal, a cargo del cardenal Antonio Samoré, logró frenar una situación que rozó la guerra entre la Argentina y Chile. La intervención del Vaticano demostró que, aun en contextos de alta tensión, la diplomacia podía torcer decisiones apresuradas. Sin embargo, como recuerda el archivo documental y la crónica histórica, esa alternativa no impidió que años después la dictadura militar buscara otra salida que sí derivó en un conflicto armado: la recuperación de las Islas Malvinas en 1982.

La operación sobre las Malvinas fue pensada en un momento de desgaste interno: la economía con «plata dulce», la bicicleta financiera, la inflación creciente y la sensación de incapacidad del gobierno para sostener el apoyo popular. La idea de «recuperación» de las islas actuó —en el relato oficial de la época— como un llamado a la unidad nacional, comparable en su fuerza movilizadora a un torneo o a un título. La convocatoria desde la Casa Rosada a una Plaza de Mayo colmada y la exhibición de símbolos patrios buscaban mostrar consenso y volver a articular legitimidades.

El resultado fue trágico: la campaña militar terminó en derrota frente a una potencia con superioridad logística, tecnológica y de entrenamiento profesional. La derrota no sólo dejó un saldo de muertos y heridos, sino que también marcó una fractura profunda en la sociedad y en el propio régimen que la había iniciado. Entre las secuelas políticas, la pérdida de prestigio militar aceleró el fin del proceso autoritario y puso en la agenda pública —aunque con costo humano— el debate sobre responsabilidades y memoria.

Recordar esa secuencia histórica no es sólo un ejercicio de memoria: es una advertencia sobre los riesgos de instrumentalizar emociones colectivas y símbolos nacionales cuando las decisiones se toman sin debate democrático. El uso de la «causa Malvinas» en 1982 tiene que leerse tanto en contexto internacional —las capacidades británicas frente a las argentinas— como en la crisis económica y política interna que atravesaba el país en ese momento.

Hoy, a casi cinco décadas de aquellos hechos, las lecciones están presentes en la historiografía y en la política contemporánea: la diplomacia preventiva (como la que ejecutó el Vaticano en el Beagle) suele ser la vía menos costosa en vidas; la exaltación patriótica puede ocultar violaciones a derechos; y las decisiones apresuradas con fines de legitimación interna suelen generar consecuencias duraderas. La memoria exige, además, recuperar las voces silenciadas: víctimas de la represión, soldados muertos o incapacitados, y familias que nunca encontraron respuestas.

Es imprescindible que la reconstrucción del pasado incorpore hechos documentados y testimonios verificables: la historia de la Argentina reciente implica juzgar mecanismos institucionales, prácticas de gobierno y responsabilizar a quienes tomaron decisiones que terminaron costando vidas. La combinación entre relatos deportivos y decisiones de Estado debe sostenerse bajo la luz del escrutinio público y la investigación histórica.


Fuentes:

Clarín — Opinión: Del Beagle a las Malvinas